La muñeca está rota, los botones de sus ojos parecen caerse
de su rostro, deslizarse por él con los hilos rojos que la cosen simulando la
sangre, sus comisuras se alzan hacia arriba en una sonrisa socarrona e incluso
irónica, tétrica.
¿Y dónde está la muñeca?
El soldadito de plomo está apoyado en una de las esquinas,
casi aplastado por un libro no muy gordo, pero lo suficiente para aprisionarle
la única pierna que le queda. En su rostro y su mirada siempre parece
reflejarse una tristeza o nostalgia por las sensaciones que le traen sus viejos recuerdos.
¿Y dónde está el soldadito?
Medio roto, rajado y partido, bocabajo en otro lugar de la
caja un barquito con cáscara de nuez parece dormir y soñar con el golpeteo de
las suaves olas contra su casco y el susurro del viento en sus velas de papel
mientras trasporta su carga, unas gotitas de miel.
¿Y dónde está el barquito de cáscara de nuez?
La marioneta solo permanecía estática mirando el infinito,
con la punta de su increíble y desproporcinadamente larga nariz rota. Los hilos
de sus extremidades enredados entre sí quizás solo estaban reflejando sus
tormentosos pensamientos.
¿Y dónde está la marioneta?
Ya apenas recordaban la última vez que le dieron la
bienvenida a un nuevo miembro, que sonaron las voces y el eco de estas
retumbando en las paredes, ahora solo el ruido de sus respiraciones ocupaba el
ambiente. Desde la última vez que la caja fue abierta, la tierra se había ido filtrando
lentamente como si de un reloj de arena se tratara contando el tiempo que
llevaban allí y transformándose en la única unidad de medida.
Un extraño sonido empezó a llenar los oídos de los juguetes,
parecía el zumbar de una abeja que poco a poco se incrementaba.
— ¡Arriba, arriba!— grita la marioneta— Nos van a sacar de
aquí— la emoción se palpaba en su voz.
— ¡Cálmate niño! Nadie va a venir a buscarte, no eres
necesario— en esta ocasión era la muñeca la que hablaba a través de su
irregular boca— Todos hemos sido olvidados.
El osito de peluche se levantó y comenzó a llorar susurrando
que quería que otras personas conocieran su historia, el cojo soldado no pudo
menos que erguirse, dirigirle una fría mirada de reproche a la muñeca y caminar
a la pata coja hasta el peluche en un vano intento por consolarle.
Un movimiento brusco hizo que todos cayeran al suelo o se
golpearan con las paredes, parecía que el cofre en el que estaban se levantaba,
flotaba y a los pocos segundos empezaban a entrar retazos de luz por donde
antes solo entraba la arena.
— ¿Veis? Os lo dije— Reprochó la marioneta dando saltitos
que lo único que provocaron fue liar más sus cuerdas, aunque no pareció
importarle.
La tapa se abrió del todo y delante de ellos apareció el
hombre que les había dejado allí tanto tiempo atrás, aunque en aquel entonces
era mucho más joven, un adolescente que consideraba que su etapa para los
cuentos de hadas ya había pasado y había decidido enterrar esos recuerdos en
algún lugar de su mente. Pues ahí estaba otra vez, reparándolos con sus propias
manos, utilizando su imaginación para dar forma de nuevo a las historias y eso
fue todo lo que hizo, puso algo de él en ellos y se los transmitió a la persona
que sabía que los iba a atesorar como él en un pasado lo hizo.
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