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lunes, 11 de marzo de 2013

Lujuria artificial.


-¡Chocho! ¿¡Quieres bajá ya que se nos va el tiempo!?
-¡Ya voy chiquilla que todavía estoy en bragas!
-¡Bueno bueno pos ná! Pero date prisita ya ¿eh?
-¡Que si Mari que si! Sera posible la pesá esta- Dijo Eugenia para sus adentros- ¿Pero cuánto se cree que tarda una en prepararse? Claro ella no mucho, porque en su número va como Dios la trajo al mundo. Si es que toa la vida me ha tenío envidia ¡Toa! Porque a ella no le dieron el papel protagonista. Lo que tiene que aguantar una artista pa lo poco que le pagan.
Eugenia era mujer recientemente y de su pasado como macho alfa había heredado una mandíbula ancha y unos rasgos rudos y varoniles. Aún así era una mujer atractiva, de ojos rasgados e intensamente marrones y de pelo desbordante color carbón. Era el deseo de todos los hombres que acudían al club atraídos por los lascivos espectáculos que allí se ofrecían. Ella era la estrella principal: en su número bailaba provocativamente con un grupo de marionetas a tamaño real que dotaban al espectáculo de una originalidad no ofrecida por otros clubs y de un humor picante ya que con los títeres se podían hacer muchas más cosas que con un hombre de carne y hueso, ninguna de ellas delimitadas dentro de un estilo de vida cristiano claro.

En ese mismo momento Eugenia se estaba aplicando el colorido maquillaje con el que saldría a actuar: sombra de ojos verde lagarto, rímel color azul que elevaba sus pestañas hasta alturas de vértigo, colorete en cantidades industriales de color rojo prostíbulo y pintalabios, aplicado casi con rodillo, fucsia oscuro. Todo esto encima de una base color terracota, o más apropiado: marrón tiesto de petunias.
Los tres muñecos con los que bailaría aquella noche descansaban sobre tres sillones tapizados en charol negro, agotados del número del día anterior. Los títeres eran asombrosamente realistas, iban vestidos con chaqués rojos adornados con un pañuelo que sobresalía del bolsillo delantero de la chaqueta. Parecía casi como si durmiesen: las cabezas ladeadas sobre un hombro y los ojos abiertos pero carentes en absoluto de expresión.
-Bueno, pues Euge ya has acabao el proceso de chapa y pintura. Ahora a ver si entras en el vestido ese tan bonito que te ha remendao la Petri.- Dejó el pincel, con el que se había aplicado el pintalabios, sobre la mesa y mirándose al espejo hizo una mueca seductora, algo que hubiera resultado incluso excitante si su rostro no se asemejase a un cuadro de cualquier pintor surrealista.
Se levantó de la silla y cogió un vestido largo súper ceñido de color morado con flores verdes en el escote y comenzó a ponérselo. La imagen era devastadora,  como si una ballena intentase envasarse al vacío comprimiendo su cuerpo hasta la asfixia.
Una vez dentro del vestido –nunca sabremos como consiguió meterse ahí- salió fuera del camerino y gritó: -¡Mari, Mari!¡ Ven a recogé los muñecos estos que ya me toca salí al escenario!.
La gran berenjena que parecía Eugenía bajó las escaleras que conducían a la parte trasera del decorado por donde andaban, de un lado para otro, un montón de bailarinas de cabaret con los pechos lujuriosamente al aire, hombres con sombreros de gángster que habían perdido los pantalones, mujeres-pavo con vestidos de plumas semejantes a las del pavo real y un montón de personajes variopintos más.
-¡Eugenia tu turno!- Gritó una voz desde un lado del escenario. Acto seguido el telón se abrió y sobre el tablado ya habían colocado tres sillas en las que se sentaban las marionetas, "Que eficiente es esta chica, que pena que sea tan envidiosa"  pensó Eugenia cuando las vio allí.


Eugenia bailó, hizo movimientos obscenos que parecieron encantar a todo el mundo, restregó todas y cada una de sus partes del cuerpo por las entrepiernas de los muñecos y finalmente se quedó en sujetador y tanga ante un público que prorrumpió en aplausos.
Cuando el telón se cerró de nuevo y ya se hubo cambiado a una ropa más cómoda, pero igualmente provocativa, salió a la barra del bar y pidió un Gin Tonic.
-Has estado estupenda hoy Euge- Le dijo la camarera que era la dueña del local- Aunque esos muñecos están empezando a estropearse, tendrás que conseguir otros.- Esta frase vino acompañada de un teatral guiño de ojos que Eugenia entendió a la perfección.
No pudo contestar porque un hombre venía hacia ella con una expresión que reconocía a la distancia y que definía como “babeante salido con ganas de echar un polvo”.
-Hola, me ha encantado tu número, vengo a verte todos los días, menos los domingos claro, porque no estás. – El hombre no solo parecía tonto sino que además lo era.
-¿A si?- Dijo Eugenia con fingido interés- ¿Y no te apetecería conocer el camerino, guapo?- La caída de ojos que hizo enloqueció al hombre.
-¡Si si claro, por supuesto si!
-Pues sígueme hombretón.
Y desapareció entre la multitud escoltada de cerca por el hombre que iba dejando un rastro de saliva en el suelo con el que alguien podría resbalar.

Entraron por una puerta en la que ponía “Solo personal autorizado”, subieron las escaleras metálicas y entraron en el camerino número cuatro.
-Bueno, pos ya estamos aquí, quítatelo tó, yo mientras voy a por algo de beber.
Fue hacia la neverita que estaba al fondo de la sala justo detrás del excitado hombre, pero lo que cogió no fue ningún refresco. Se acercó silenciosamente al individuo, que se estaba quitando ya los pantalones, y blandiendo un secador de última generación en la mano le asestó un golpe brutal en la nuca que hizo que se derrumbara contra el suelo con un ruido ensordecedor. Una vez allí, le golpeó con todas sus fuerzas, que eran muchas pues recordemos que Eugenia no había sido mujer toda su vida, hasta cerciorarse de que estaba muerto del todo.
-¡Joé cojona! Lo que cansa esto. Pos ná, ahora solo hay que embalsamarlo y ya tengo un muñeco más para el show de mañana. Lo que tiene que hacé una por amor al arte. Si yo siempre quise ser cantante folclórica de esas que llevan una bata de cola, pero bueno aquí al menos parece que a la gente no le importa mi pasao, es más, creo que incluso les pone más cachondos a tós.
Y dicho esto tiró el secador homicida a un lado y arrastró el cadáver hacia un rincón del camerino, luego cerró la puerta se sentó frente al espejo y comenzó a desmaquillarse.

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