-¡Chocho!
¿¡Quieres bajá ya que se nos va el tiempo!?
-¡Ya voy
chiquilla que todavía estoy en bragas!
-¡Bueno
bueno pos ná! Pero date prisita ya ¿eh?
-¡Que si Mari
que si! Sera posible la pesá esta- Dijo Eugenia para sus adentros- ¿Pero cuánto
se cree que tarda una en prepararse? Claro ella no mucho, porque en su número
va como Dios la trajo al mundo. Si es que toa la vida me ha tenío envidia ¡Toa!
Porque a ella no le dieron el papel protagonista. Lo que tiene que aguantar una
artista pa lo poco que le pagan.
Eugenia era
mujer recientemente y de su pasado como macho alfa había heredado una mandíbula
ancha y unos rasgos rudos y varoniles. Aún así era una mujer atractiva, de ojos
rasgados e intensamente marrones y de pelo desbordante color carbón. Era el
deseo de todos los hombres que acudían al club atraídos por los lascivos
espectáculos que allí se ofrecían. Ella era la estrella principal: en su número
bailaba provocativamente con un grupo de marionetas a tamaño real que dotaban
al espectáculo de una originalidad no ofrecida por otros clubs y de un humor picante
ya que con los títeres se podían hacer muchas más cosas que con un hombre de
carne y hueso, ninguna de ellas delimitadas dentro de un estilo de vida
cristiano claro.
En ese mismo momento Eugenia se estaba aplicando el colorido maquillaje con el que saldría a actuar:
sombra de ojos verde lagarto, rímel color azul que elevaba sus pestañas hasta
alturas de vértigo, colorete en cantidades industriales de color rojo
prostíbulo y pintalabios, aplicado casi con rodillo, fucsia oscuro. Todo esto
encima de una base color terracota, o más apropiado: marrón tiesto de petunias.
Los tres
muñecos con los que bailaría aquella noche descansaban sobre tres sillones
tapizados en charol negro, agotados del número del día anterior. Los títeres
eran asombrosamente realistas, iban vestidos con chaqués rojos adornados con un
pañuelo que sobresalía del bolsillo delantero de la chaqueta. Parecía casi como
si durmiesen: las cabezas ladeadas sobre un hombro y los ojos abiertos pero
carentes en absoluto de expresión.
-Bueno, pues
Euge ya has acabao el proceso de chapa y pintura. Ahora a ver si entras en el
vestido ese tan bonito que te ha remendao la Petri.- Dejó el pincel, con el que
se había aplicado el pintalabios, sobre la mesa y mirándose al espejo hizo una
mueca seductora, algo que hubiera resultado incluso excitante si su rostro no
se asemejase a un cuadro de cualquier pintor surrealista.
Se levantó
de la silla y cogió un vestido largo súper ceñido de color morado con flores
verdes en el escote y comenzó a ponérselo. La imagen era devastadora, como si una ballena intentase envasarse al vacío
comprimiendo su cuerpo hasta la asfixia.
Una vez
dentro del vestido –nunca sabremos como consiguió meterse ahí- salió fuera del
camerino y gritó: -¡Mari, Mari!¡ Ven a recogé los muñecos estos que ya me toca
salí al escenario!.
La gran berenjena que parecía Eugenía bajó las
escaleras que conducían a la parte trasera del decorado por donde andaban, de
un lado para otro, un montón de bailarinas de cabaret con los pechos
lujuriosamente al aire, hombres con sombreros de gángster que habían perdido los
pantalones, mujeres-pavo con vestidos de plumas semejantes a las del pavo real
y un montón de personajes variopintos más.
-¡Eugenia tu
turno!- Gritó una voz desde un lado del escenario. Acto seguido el telón se
abrió y sobre el tablado ya habían colocado tres sillas en las que se sentaban
las marionetas, "Que eficiente es esta chica, que pena que sea tan envidiosa" pensó Eugenia cuando las vio allí.
Eugenia
bailó, hizo movimientos obscenos que parecieron encantar a todo el mundo,
restregó todas y cada una de sus partes del cuerpo por las entrepiernas de los
muñecos y finalmente se quedó en sujetador y tanga ante un público que prorrumpió
en aplausos.
Cuando el
telón se cerró de nuevo y ya se hubo cambiado a una ropa más cómoda, pero
igualmente provocativa, salió a la barra del bar y pidió un Gin Tonic.
-Has estado estupenda
hoy Euge- Le dijo la camarera que era la dueña del local- Aunque esos muñecos
están empezando a estropearse, tendrás que conseguir otros.- Esta frase vino
acompañada de un teatral guiño de ojos que Eugenia entendió a la perfección.
No pudo
contestar porque un hombre venía hacia ella con una expresión que reconocía a
la distancia y que definía como “babeante salido con ganas de echar un polvo”.
-Hola, me ha
encantado tu número, vengo a verte todos los días, menos los domingos claro,
porque no estás. – El hombre no solo parecía tonto sino que además lo era.
-¿A si?-
Dijo Eugenia con fingido interés- ¿Y no te apetecería conocer el camerino, guapo?-
La caída de ojos que hizo enloqueció al hombre.
-¡Si si claro,
por supuesto si!
-Pues
sígueme hombretón.
Y desapareció
entre la multitud escoltada de cerca por el hombre que iba dejando un rastro de
saliva en el suelo con el que alguien podría resbalar.
Entraron por
una puerta en la que ponía “Solo personal autorizado”, subieron las escaleras
metálicas y entraron en el camerino número cuatro.
-Bueno, pos
ya estamos aquí, quítatelo tó, yo mientras voy a por algo de beber.
Fue hacia la
neverita que estaba al fondo de la sala justo detrás del excitado hombre, pero
lo que cogió no fue ningún refresco. Se acercó silenciosamente al individuo, que
se estaba quitando ya los pantalones, y blandiendo un secador de última
generación en la mano le asestó un golpe brutal en la nuca que hizo que se
derrumbara contra el suelo con un ruido ensordecedor. Una vez allí, le golpeó
con todas sus fuerzas, que eran muchas pues recordemos que Eugenia no había
sido mujer toda su vida, hasta cerciorarse de que estaba muerto del todo.
-¡Joé cojona!
Lo que cansa esto. Pos ná, ahora solo hay que embalsamarlo y ya tengo un muñeco
más para el show de mañana. Lo que tiene que hacé una por amor al arte. Si yo
siempre quise ser cantante folclórica de esas que llevan una bata de cola, pero bueno aquí al menos parece que
a la gente no le importa mi pasao, es más, creo que incluso les pone más
cachondos a tós.
Y dicho esto
tiró el secador homicida a un lado y arrastró el cadáver hacia un rincón del
camerino, luego cerró la puerta se sentó frente al espejo y comenzó a
desmaquillarse.
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