Unas veces aire, otras agua, otras fuego. Vago por el borde
del abismo, camino con los ojos vendados confiando en que si caigo ese era mi
destino. Poco a poco la cinta que me cubre el rostro se va soltando, el nudo se
afloja, la presión cede, el pañuelo sale volando llevado por aquel viento que
no había conseguido borrarme los recuerdos. Miro el precipicio que queda a mis
pies, no me asusto, no corro, no me alejo, permanezco firme, observando las
rocas que sobresalen de aquella pared. De nuevo el viento aparece, eleva mis
cabellos, juega con ellos. Y eso es lo que era, nada más que un juguete, la
vida me lo había demostrado, obligándome a ir de un lado para otro por los
caprichos del destino.
Alcé una mano, intenté coger el viento y mis dedos se
cerraron sobre el vacío, la nada, quizás era eso lo que regía nuestras vidas.
La soledad es todo lo que nos queda cuando te abandonan. Un corazón negro y un
alma de plata, que solo desea desaparecer, fundirse con la bruma del olvido y
nunca ser recordada…
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