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lunes, 15 de agosto de 2016

En la sangre

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No es el rencor del acero lo que mata,
ni siquiera las ganas
locas
de huir.
Son los pasos tejidos en torno a
nuestro cadáver,
las luces
apagadas en el dormitorio,
tus camisas nuevas
como alfombra
para mis tacones y
tu perfume
de cadáver florido.
No son nuestros cuerpos enterrados,
es la carne
puesta a secar
como las sábanas
los domingos de
misa.
No son nuestros hijos malditos,
es el vientre
profano e
infértil,
es la madre
del monstruo eléctrico
que te mata,
a ti,
al padre.
No es la sagrada familia,
es la vergüenza
del terreno
baldío
y la sed
de la herencia
bautizada.
No soy yo ni eres tú,
es el bestial
asesinato
de la
inmortalidad.

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miércoles, 16 de diciembre de 2015

Campbell's

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Como cada día a las dos y media el olor a sopa de tomate invade la casa. Sopa de tomate de lata, por supuesto, ya que ella no tiene ni idea de cocinar. Comemos esa especie de líquido menstrual todos los días, sin cansarnos de él pues le tenemos aprecio, pero aburridos de su sabor artificial. Y es que Helena aborrece la cocina. Sí, es así, debe ser la única ama de casa americana que no cocine. Pero quizá es mejor. La última vez que lo intentó quemó un pollo hasta tal punto que creí poder convertirlo en diamante.  Por eso le tenemos tanto cariño a la comida prefabricada, la que evita que nos muramos de hambre.

Estoy sentado en el sofá que cogimos de la casa de  la abuela de Helena cuando se fue a la residencia. Ella misma dijo que podíamos quedárnoslo, o al  menos eso entendimos. Bueno, el hecho es que estoy aquí sentado, con el culo pegado al cuero y sudando como un cerdo. Hace un calor insoportable. No tenemos aparato de aire acondicionado por supuesto, mi sueldo no da para más como me recuerda Helena siempre, y un nimio ventilador eléctrico es el encargado de evitar que me derrita sobre este sillón. Es gracioso ver como esas aspas tan pequeñas giran deprisa, haciendo un esfuerzo inhumano por expulsar algo de aire. No entiendo como no es el ventilador el que rompe a sudar. Supongo que estará acostumbrado a esto, a que le fuercen mas allá de su capacidad. Tiene práctica. Otros no tenemos tanta suerte. Suerte no, pero hambre sí. Y no es que me entusiasme la sopa, pero solo el olor ha hecho que me ruja el estómago. Rugidos que parecen decir que lo alimente, que eche leña al fuego. Ufff... fuego, no por dios, no con este calor. El infierno en la tierra y yo esperando en este sofá anticuado, hay que joderse... Cuarenta grados a la sombra dice el hombre del tiempo. Seguro que ese no tiene que sufrirlos. Me apuesto lo que quieras a que sí que tiene aparato de aire acondicionado, Helena estaría contentísima con él. Así no tendría que despreciar a mi pequeño ventilador. Pobrecillo, con lo que se esfuerza. En fin, que tengo hambre, mucha. Y Helena sigue metida en la cocina, como siempre. El reloj de pared lleva tiempo parado, me he fijado en que las manecillas no se mueven desde hace rato. Se han quedado ancladas en las dos y media, ahora tienen que ser cerca de las tres menos cuarto, calculo que todavía queda media hora para comer. Tres y cuarto, la hora de siempre. Y creo que aunque la comida ya esté hecha antes de esa hora Helena espera hasta y cuarto, seguro. Solo para fastidiarme. Sabe que estoy famélico pero ella no me alimenta, no, no lo hace. ¿Puede llamarse alimento a esa asquerosidad de sopa?

Cada vez siento las axilas más húmedas. Y noto como gotas de sudor caen de mi frente y se estrellan contra el cuero.  La calle está desierta, se puede ver desde aquí, a través de la ventana. Ni un alma. Tenemos la casa plagada de ratas y ni siquiera ellas se atreven a asomar el hocico hoy. Demasiado calor ahí fuera. Tiene que ser como una cámara de gas, asfixiante. Hay que tener valor para salir ahí, y yo no lo tengo desde luego. Lo que tengo es hambre. ¿Cuándo me llamará Helena? Si que tarda sí. Estará hablando con su madre. Esa bruja. Nunca quiso que se casara conmigo. No lo ha dicho abiertamente, pero yo lo sé. ¿Por qué si no iba a venir a "visitarnos" un día sí y otro también? Quiere controlarlo todo, que agobiante. La tenemos encima continuamente. Aunque hoy no ha aparecido todavía. Es raro, suele venir justo cuando estamos comiendo.

¿Por qué me casaría con esta mujer? El día de nuestra boda hacía un calor insoportable, como hoy. Llevaba el chaqué empapado y el pelo grasiento porque el sudor se mezclaba con la gomina barata. Pero es que Helena no estaba mejor: llevaba el vestido con el que se casó mi querida suegra, y que había sido de su abuela o algo así. Se le rompió al subir al altar, creo que se pisó la cola con un zapato o se le enganchó en un escalón, una cosa de esas. El hecho es que la gente no se rió por prudencia, pero vamos, todos lo habían notado. Cuando destapé el velo para besarla me encontré con un tomate, así de roja estaba Helena. En el fondo me casé con un tomate, lo tengo claro.

Mi hambre aumenta y el hombre del tiempo no se calla. ¿Cuánto duran estos noticiarios? Parece que llevo viéndolo toda la mañana, madre de dios... Otra vez con lo mismo de los cuarenta grados a la sombra, ya te he entendido palurdo, muchas gracias. "¡Helena!" Grito y ni caso. ¿Éste sofá cada vez se está hundiendo más o me lo parece a mí? Creo que al final voy a tener que levantarme e ir a ver qué pasa, no es normal que tarde tanto en preparar una maldita sopa prefabricada.  Me siento pegajoso, quizá debería darme una ducha de agua fría, me vendría bien. Me cuesta respirar, que agobio de tiempo, es como denso. Estoy harto.

Helena joder, ¿qué estás haciendo?. Lo único que siento es calor y hambre, por lo demás me encuentro bastante bien. Pero es como si tuviera un hueco en el estómago, lo que daría ahora mismo porque la sopa estuviese ya preparada. Ahora que lo pienso, no recuerdo que he hecho esta mañana. Creo que hoy es domingo. ¡Bah! Seguramente haya estado en este sillón todo el puto día. ¡Claro! Helena habrá ido a misa, por eso tarda tanto. Cree que por rezar se va a convertir en una buena esposa, cuando a su marido lo tiene muerto de hambre. Cuanta hipocresía.

Fuera sigue sin verse a nadie. Las plantas del jardín se están marchitando, es este insoportable calor tan repentino, lo quema todo. Hace unos días el tiempo era diferente, no sé qué coño pasa en el mundo últimamente,  lo mismo hace frío que de pronto estamos así, chorreando. Qué asco. Voy a ir a la cocina de una maldita vez, aunque haya ido a la iglesia no es normal que tarde tanto. Voy a exigir mis derechos, tengo derecho a mi sopa de tomate y la quiero ya.

¡Hostia! El pomo de la puerta está ardiendo. Deberíamos haber cambiado esta mierda de tiradores de metal, se calientan demasiado en verano. Se lo habré dicho mil veces a Helena, pero claro, ni caso.  Al menos no me saldrá ampolla ni nada, parece que no me he hecho ninguna señal, curioso.

"¿Helena? ¿Dónde cojones está mi sopa, sabes qué hora es?" Pero ¿Cómo lo va a saber? El reloj de la cocina tampoco funciona, aquí también son las dos y media. Aun así parece que no me ha oído, no está donde debería estar: enfrente del fuego calentando mi comida. Ese es su sitio, siempre lo ha sido. La cocina parece una cueva con las persianas bajadas, hay un bote con algo blanco sobre la encimera. Es el mata ratas en polvo que compramos a granel, sin esto esta casa sería todavía más asquerosa. Qué raro que Helena lo guarde  aquí, debería estar en el sótano, ya hablaré con ella. ¿Pero dónde se ha metido esta mujer? Seguro que en el comedor, ahí es donde suele ponerse a hablar con su madre por teléfono, para que yo no la escuche. Que hija de perra...


La mesa del comedor, donde almorzamos diariamente, está ocupada. Hay dos personas sentadas. La comida ya está servida y los cubiertos dispuestos. ¡Mi sopa de tomate! ¡Por fin! Uno de los comensales es Helena, está en el lugar de siempre, lejos de mi sitio, no me gusta que coma junto a mí, me recuerda a un cerdo en una pocilga, carece de modales. Tiene la cabeza hacia atrás, casi colgando, y un agujero en ella a través del cual se ve el horrible papel de pared -que ella eligió- manchado de sangre. Tiene una pistola en la mano. La otra persona se sienta a la cabecera de la mesa y soy yo. Tengo la cara sumergida en el plato, qué guarrada. Mi mano, lo que agarra, es una cuchara. En el suelo hay una lata, es de sopa de tomate Campbell's. Parece que hoy me quedaré con hambre. Este tiempo no es normal, hace demasiado calor últimamente.

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sábado, 28 de noviembre de 2015

Hechizo de amor para cuerpos jóvenes.

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Los cuerpos, juntos, inseparables, descansaban plácidamente sobre la cama, que podría haber sido el mar. Como dos náufragos que se agarran al tablón que será su salvavidas, ellos se abrazaban en la inmensidad de la llanura blanca, rezando porque ese momento no acabara nunca. Eran uno solo, eran el sueño y la vigilia, eran la noche y el día, eran la ciudad y el bosque; lo eran todo. Dos hombres que se aman y duermen, dos hombres que se han amado y descansan. Era curiosa la forma en la que las caderas de uno encajaban con la curva perfecta de la espalda del otro, unidos así en sagrada comunión, convirtiendo sus cuerpos en el cuerpo del dios, que los miraba con envidia. En esa cama, en ese mar, en esa llanura y aun en ese universo intrincado de almohadas planetarias y movimientos orbitales, pasaba el tiempo. Les atacaban los años y se marchaban vencidos, la nieve llegaba a sus cabezas y reposaba tranquila, las arrugas de las sábanas se convertían en las de la piel, la forma de sus cuerpos en el colchón se fosilizaba y el latido de sus corazones menguaba y se relajaba. Todo esto no les afectaba, ellos estaban más allá de cualquier horario, porque el tiempo del amor es, sin duda, incomprensible para cualquier reloj. Basta decir que uno de ellos movió un brazo y así pasaron diez años. El otro dobló un poco más la pierna izquierda, y retrocedieron veinticinco años. Volvieron a su infancia y avanzaron hasta su vejez, todo esto mientras buscaban la posición perfecta.

Juntos, juntos, juntos...era el eco silencioso que se repetía en todos los lugares. ¿Dónde estaban ellos cuando se amaban? ¿A dónde iban cuando se sentían? Quizá a ese lugar comprendido entre el otoño y el invierno, entre una palabra y otra, entre el cielo y la tierra o entre una lágrima de tristeza y otra de alegría. Eran ambos todos los lugares y eran sus pieles todas las fronteras. Los ojos cerrados los volcanes inactivos, las bocas abiertas las fallas y cañones, el torso la gran estepa libertadora y el sexo el único paraíso verdadero.  Su amor tectónico quedaría grabado en el atlas de sus vidas que juntos, juntos, juntos, terminarían por cerrar.

Y así, una vez más, el mundo quedó en silencio. Nada tenían que decir el resto de los hombres, nada nuevo podrían añadir. Todo estaba dicho, todo estaba hecho. Aquellos jóvenes, viejos, viajeros, filósofos, poetas, que se abrazaban, que se atrevían a  sentirse y a sentirnos, nos miraban con los ojos cerrados y sin emitir palabra alguna decían: "Este es mi cuerpo, sangre de la alianza nueva y eterna que será entregada por vosotros".

Comamos y bebamos todos de él.



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